Belén Laureano, voluntaria en el Campo de Solidaridad 2010 con la Asociación “Sin Barrera El Güis”, Ciudad Sandino-Managua, Nicaragua.

Si tuviera que describir la experiencia en general en líneas, me quedaría siempre con la sensación de que es imposible trasmitir en palabras todo lo que viví. Es difícil llegar a describir cada momento, cada olor, cada persona, cada situación, cada ciudad, cada comida…cada sentimiento que sentí y cómo desde las primeras semanas me sentía como en mi casa, como si fuera mi sitio, útil en cada rincón que pisaba y fuerte para atreverme a todo y con todo, valiente, sin miedo, sin echar de menos nada, y sin cansarme de nada. Cada día era un sin parar, para arriba, para abajo, una idea por aquí, un consejo por allá, te llaman en la cocina, te necesitan en multi, organiza ésto, termina aquéllo, te toca el recorrido, llegaron los de la tarde, hoy con Daniela, mañana con Mario, falta un profesor, tu dos horas acá, yo dos horas allá… Qué difícil llevarlo todo para adelante y qué recompensante ver que todo sale solo, como una cadena, que cuando empieza no para. Quiero pensar que fue una experiencia tan intensa, que por suerte no terminó, pues creo que algo así nunca termina, sino que más bien queda para una misma eternamente. El choque más difícil de llevar, fueron los dos grandes cambios: la llegada y la vuelta. La llegada porque en poco tiempo tienes que absorber una nueva forma de vivir, como un nuevo mundo con sus costumbres, su clima, su acento, su cultura…. y ver como cotidiano, cosas que te encogen el corazón. Pero sí, ese es su día a día, y no te queda otra que asumirlo, tanto lo bueno, como lo malo. Sentí rabia en un principio, porque descubrí por mis propios ojos las desigualdades del mundo, unos con tanto y otros con tan poco, luego sentí indiferencia por el resto del mundo, no quería pensar ni reflexionar en nada, no era tiempo de lamentaciones ni quejas sino que era el tiempo de estar allí y hacer lo que estuviera a mi alcance. Con el paso de los días empecé a sentirme parte de aquella realidad y como en una burbuja, pero lo complicado llegó, y llegó cuando esa burbuja explotó y hubo que decir adiós. Lágrimas, tristeza y sensación de que el tiempo había ido demasiado deprisa, dos meses que volaron sin darme cuenta entre un abrir y cerrar de ojos. En tres horas y media, solo tres horas y media de Managua, y la realidad que me encontré fue como una bofetada de aire frío en la cara que no te deja respirar. EEUU, su control, su orden, su aparentar, su digitalización de todo, sus grandes escaleras eléctricas, sus negocios…fue como despertar de un sueño bajo un árbol al caerte su fruto en la cabeza. Nueve horas después de vuelta en Madrid, abrazos, sonrisas, alegría y mucho que contar, tanto que todo lo que cuentas es insuficiente. Primera noche fuera de la burbuja, y aun rodeada de lo que más quiero, se me hizo imposible no llorar como una niña pequeña que quiere volver al parque donde pasó una de las experiencias más bonita de su vida.